La información es un bien (commodity) que repercute en el bienestar de
las personas. La relación no es sencilla, sin embargo. Las primitivas formulaciones
del desarrollo, populares hace algunos lustros, fundamentaban la necesidad de
la investigación científica porque más conocimientos significaban más riqueza y
más riqueza implicaba una mayor felicidad. El lema positivista de “ver para
prever, prever para proveer” equipara la cantidad de información con una mayor
capacidad para superar problemas, que a su vez redunda en mayor satisfacción
humana. El concepto del “desarrollo” suplantó al del “progreso”, que el
positivismo clásico postuló como meta de la humanidad. Las “etapas” del
progreso científico y moral debían ser cumplidas por todas las sociedades de
manera relativamente uniforme. Aun reconociendo que algunas sociedades
desarrolladas (por definición más ilustradas y más felices) han cometido
algunos errores que las que están en desarrollo podrían conocer y evitar, a las
primeras se las presenta como el desiderátum de la perfección humana y el
modelo que debe emularse. Muchas de las presunciones en que se basa este punto
de vista son discutibles en un sentido lógico y ético. En primer lugar, la
secuencia información- riqueza-bienestar está lejos de ser convincente, entre
otras razones porque la información es solo uno de los constituyentes del
conocimiento, el cual se caracteriza más por la estructura y el ordenamiento de
la información que por su cantidad. El conocimiento es información organizada
en torno a intereses y valores sociales. No puede afirmarse que las sociedades
más desarrolladas sean aquellas donde predomina el conocimiento. Aun en las más
complejas y evolucionadas, o en las
mejor “alfabetizadas”, hay ignorancia, prejuicio, superstición e ideas
primitivas. El conocimiento no está uniformemente distribuido en la población,
de modo que la capacidad para utilizarlo y ampliarlo no es homogénea ni
uniforme.
Tampoco puede sostenerse que los valores que fundamentan el trato
humano sean reconocidos y aceptados por todos los miembros de esas sociedades.
Falta resolver en ellas dilemas perennes de la condición humana; hay
disensiones internas, violencia e injusticia, desprecio por los derechos de las
personas e insatisfacción. La premisa de que la información se vincula con el
bienestar debe, por ende, ser examinada desde un punto de vista antropológico
amplio y puesta en relación con la acción social orientada hacia obtener algún
valor. Ninguna “educación” a ciegas, sin metas sociales, produce de forma
automática la deseada satisfacción o el esperado bienestar que los panegiristas
del desarrollo ingenuamente han destacado. La equidad en materia de información
pasa por reconocer que el conocimiento, que es información articulada, exige
procesos de comunicación, en los cuales la praxis de las profesiones y las
organizaciones profesionales debe tener activa participación.
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